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Foto del escritorAlvaro Panzitta

Guardiana de la flor


Guapapupe condujo a los animales al bosque de Brocolí, donde se encontraron con Shamwari y celebraron la gran liberación. No sin antes dejar a la ballena Lola en el Río Plateado. El Mordillo le había dado tanta fuerza que la había podido llevar en brazos. Eso la había hecho sentir especial, única, pero por un momento tuvo una extraña sensación en su interior que competía con su bondad nata.

–Me alegra que hayas descubierto el poder del Mordillo –le dijo su papá después de las celebraciones–. Todos nuestros antepasados tuvieron uno y es tradición que los padres le compren uno a sus hijos al nacer para que luego puedan defender a sus amigos. Pero es mucho poder el que nos da, por eso no se puede usar siempre. Es más, sólo se usa los primeros años de vida. –¿Y por qué no pude usarlo desde antes? –El Mordillo llega a nosotros cuando realmente lo necesitamos. Y creeme que no lo vas a necesitar tantas veces. Es como tener el poder del sol en tus manos, sumado a una gran varita mágica. Todo en uno. –¿Entonces no voy a ser la Capitana Mordillo toda mi vida? –No… pero no por eso vas a dejar de tener aventuras. Yo fui el Capitán Mordillo hasta que lo dejé. Pero no lo usé tanto tiempo. Su poder nos tienta a seguir usándolo, no porque el Mordillo tenga un lado oscuro sino porque nosotros somos tentados con frecuencia. –Sentí ese deseo al volver, como si no quisiera soltarlo. –Eso mismo le pasó a Mondrian –le explicó para su sorpresa–. Fuimos compañeros de equipo durante poco tiempo, porque él es algo más joven que yo. Dejé mi artilugio y él siguió un tiempo más. Cuando le llegó el momento de dejarlo no quiso y se oscureció. Fue hasta las fauces del dragón que habita Monte Nimbus, fundió el Mordillo y obligó a los Enanos a forjar una galera mágica y un bastón. Así se convirtió en Mondrian. Su nombre previo fue borrado por él mismo de nuestras memorias. –Pero nunca conquistó nuestras tierras –dijo Pupe pensativa–. No llegó a ser tan poderoso como para apoderarse de Brocolí. ¿Cómo pudo ser? –su inteligencia florecía con cada instante de su vida que transitaba. –Mi Mordillo sirvió de escudo para proteger las Tierras Luminosas, en las cuales está el Bosque de Brocolí y muchos lugares más. Le pedí a los Enanos que lo ocultaran para que ni siquiera yo supiera el paradero. De esa manera no me vería tentado a usarlo contra Mondrian. El último vestigio de poder de mi artilugio sirvió para protegernos. –Es impresionante –sonrió. –Sí que lo es –acarició los cabellos castaños rojizos que había heredado de su madre–. Mamá también tuvo un Mordillo Mágico ¿sabés? Si vamos a la huerta le podés preguntar a ella también. Somos muchas las familias que recibimos ese don y la responsabilidad de usarlo bien. Pero no te preocupés demasiado por este artilugio, hay muchas aventuras que te esperan más allá del mismo. –Shep te manda saludos –sonrió recordando lo que el elefante le había dicho–. Me habló también de una Guerrera Oriental y una Guardabosque ¿quiénes eran? –De la Guerrera no sé nada hace tiempo, pero podemos ir a ver a la Guardabosque ahora mismo, no está tan lejos de acá. –¡Vayamos! –ansió Pú y ambos se levantaron de la mesa.

Guapapupe y su papá salieron del taller donde él pasaba las horas escribiendo cuentos para niños. Atravesaron el umbral de la cabaña y llegaron a la huerta familiar donde su mamá podaba las ramas secas. Era una mujer tan joven como su marido, tenía cabellos castaños rojizos y nariz en punta. Llevaba su pelo trenzado y sostenía las herramientas como quien sabe hacer bien el trabajo. Aunque ese era sólo un pasatiempo familiar, ya que su verdadera tarea era hacer juguetes que ofrecía en los pueblos aledaños.

–Me contó un pajarito que ya sabés lo del Mordillo –sonrió–, felicidades Capitana –se llevó la mano a la frente como si fuera un soldado. –¡Gracias! Me dijo papá que vos también tenías uno. –Sí, y luego de dejarlo fui nombrada Guardabosques de Brocolí –movió sus herramientas como si fuera una cowgirl girando las pistolas en el aire–. ¿Qué te parece ese cuento? –sonrió. –¡Así que eras vos! A decir verdad, me lo imaginaba –se sonrojó y su mamá dejó las herramientas para llenarle de besos los cachetes, mientras su papá se reía–. Así que yo también puedo ser Guardiana cuando tenga que dejar mi mordillo –supuso una vez liberada del tierno estrujo materno. –Sí, pero tengo que advertirte que, a todos los aventureros, seamos capitanes del Mordillo o defensores de la foresta, se nos asignan misiones complicadas. ¿Estás dispuesta a ser una verdadera Guardiana de las Tierras Luminosas? –sonrió animándola. –Estoy dispuesta –se paró firme. –Entonces, bienvenida a la aventura –dijo su padre, al tiempo que su mamá sacaba del bolsillo de su pantalón vaquero, una flor de lis dorada, como si fuera la estrella de un sheriff, y se la daba. –Hoy te nombramos, Guardiana de la Flor –concluyó, mientras se la prendía a su pecho–. Sus pétalos son tres virtudes que ya tenés, pero podés seguir cultivando: pureza, sencillez y dulzura. –¿Y quién nos asigna las misiones? –Todo a su debido tiempo Pú –dijo su papá subiéndola a caballito sobre sus hombros–. Vengan, es hora de dar un paso más –sonrió.

Pupe estaba feliz jugando sobre su papá, le tiraba de sus cabellos negros con suavidad y miraba como su mamá sonreía de extremo a extremo. Ambos adultos caminaban de la mano hacia el atardecer, con un sol naranja que se posaba sobre el campo verde. La princesa se llenó de gozo frente aquella vida y pensó que no podía existir en el mundo nada más perfecto. Sin embargo, sus padres lo perfeccionaron aún más entonando una de sus canciones preferidas.

El sol del atardecer,

no se quiere esconder,

porque se ha enamorado,

de tus ojos, tan preciados.


El sol del atardecer,

se quiere quedar,

porque sabe,

que le puedes enseñar,

a iluminar, a iluminar.


Las flores, iluminadas,

con el naranja del sol,

te miran, embelesadas,

y quieren ser como vos.


Todo es bello,

del horizonte a estos ojos,

pero nada como tus ojos,

para ellos.


El sol del atardecer,

no se quiere esconder,

porque se ha enamorado,

de tus ojos tan preciados,

de tu ser, de tu ser.

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