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Foto del escritorAlvaro Panzitta

El Mordillo Mágico


Guapapupe había escuchado cientos de veces la canción que su papá había compuesto para ella. Y conservaba como un tesoro invaluable aquel primer mordillo que él y su mamá le habían regalado. Era de color amarillo, tenía tres estrellas y su forma le hacía acordar a un croissant circular –más grueso de un lado y más fino del otro. Aquella tarde de otoño la princesa pensaba cómo podía hacer para liberar a los animales del circo, cuando la vieja melodía volvió a sonar en su interior.

Tengo un Mordillo Mágico, que lo puedes tú usar, se pone como un escudo, y te ayuda a volar. Tengo un Mordillo Mágico, que lo puedes tú usar, se pone como un escudo, y te ayuda a volar. Un Mordillo Mágico, ¡es fantástico! tengo un Mordillo Mágico, ¡es fantástico! ¡Se pone como un escudo, y te ayuda a volar! ¡Se pone como un escudo, y te ayuda a volar! Un Mordillo Mágico, ¡es fantástico! tengo un Mordillo Mágico, ¡es fantástico! ¡Se pone como un escudo, y te ayuda a volar!


Terminó de cantarla y sintió sabor a croissant en su boca. Instintivamente levantó su mano y para su sorpresa el mordillo voló hacia ella, seguido de su babero y aquel pantalón que su mamá le había hecho con un buzo viejo de su abuela; todo amarillo. El mordillo fue a parar al pecho, como un escudo. El babero se sujetó a su cuello a modo de capa. Y el pantalón simplemente hizo juego con el resto. Con un impulso, Guapapupe salió volando por la ventana de su casa y desde el aire contempló toda la región. ¡Ahora sí iba a poder liberar a los animales del circo!

–¡Hola pajarito! –saludó a un chingolo–. ¿Conocés un circo por la zona? –preguntó, pero no hizo falta que el ave respondiera. En la luminosa lejanía, sólo un sitio se hacía oscuro a su mirada: la carpa de Mondrian.

Guapapupe voló hacia el lugar como si el mismo sol estuviera con ella. Todo se iluminó a su paso causando un gran “oh” en el dueño del circo, en sus empleados y en los animales que había prisioneros.

–¿Es una gaviota? –preguntó una tortuga recién nacida. –Tiene mi color, debe ser de los míos –se apresuró en añadir una patita amarilla de pestañas largas y pico naranja–. Seguro es Súper Pata. –¡Aquí estamos! –gritó una ballena que permanecía encerrada en un gran estanque, y al decirlo tiró un chorro de agua por su lomo. –¡No te olvides de mí! ¡Tu papá me conoció! –aseguró un viejo elefante lleno de arrugas–. ¡Él era muy amigo de la Guardabosques y la Guerrera Oriental! Vivimos muchas aventuras. ¡No olvides al viejo Shep!

Pupe nunca había oído hablar de aquellas cosas, pero los ojos del animal parecían los más sinceros del mundo. No sólo los suyos, cientos de animales clamaban desde sus jaulas y sus corazones se transparentaban en sus miradas. Pú se lanzó como un cometa, dispuesta a liberarlos a todos cuando un “¡ALTO!” la detuvo. Frente a ella había aparecido un hombre regordete de bigotes finitos que se elevaban para terminar en una curva sobre sí mismos. El típico mostacho francés. Sobre su cabeza llevaba una galera y en su mano portaba un bastón tan negro como su saco, con una empuñadura tan blanca como su camisa.

–Soy Mondrian ¡el dueño del circo y sus animales! Ni vos ni tu padre tienen ni tuvieron derecho sobre lo que me pertenece. –Todos los objetos de este lugar son tuyos –respondió la princesa–, pero no podés adueñarte de la vida de nadie. ¡Somos libres para andar bajo el sol! –concluyó y su mordillo destelló iluminándolo todo. –Así que ahora tenemos una Capitana Mordillo –rabió el hombre–. ¡Yo soy de la oscuridad! –confesó arrojando su galera hacia la niña, que tuvo el impulso de atravesarla, pero cuando se dio cuenta había entrado por la boca del sombrero sin poder salir por el otro lado. Estaba atrapada en un lugar tan oscuro como el espacio exterior...

La risa del Mondrian se hizo sentir, como si fuera el señor de aquel sitio tenebroso. “No tenés escapatoria” oyó una y mil veces Guapapupe, llegando a tener miedo por un instante, pero el mordillo emitía una calidez que la reconfortaba, como si el abrazo de su papá estuviera con ella. Mientras que su propio cuerpo emanaba cierto brillo que le permitía mantener su esperanza encendida como la luz de una vela en medio del apagón. Entonces la canción volvió a sonar en su interior, esta vez en primera persona. Pero además sintió el impulso de añadirle partes, como un canto inspirado capaz de defenderla contra todo mal.


Tengo un Mordillo Mágico, que lo puedo yo usar, se pone como un escudo, y me ayuda a volar. Tengo un Mordillo Mágico, que me puede iluminar, se enciende como antorcha, contra toda oscuridad.

Guapapupe no salía de su asombro. A medida que cantaba se iba volviendo realidad lo que decía. La luz aumentaba y la oscuridad disminuía. Era sólo cuestión de imaginar aquello que anhelaba su corazón para que se proyectara de manera tangible.

Tengo un Mordillo Mágico, que lo puedo yo usar, se pone como un escudo, y me ayuda a volar. Tengo un Mordillo Mágico, que me puede iluminar, me saca de este encierro, y de toda oscuridad. Un Mordillo Mágico, ¡es fantástico! tengo un Mordillo Mágico, ¡es fantástico!


¡Se enciende como antorcha, y me saca ya de acá! ¡Se enciende como antorcha, y me saca ya de acá!




Cuando la canción concluyó Guapapupe se iluminó por completo y la Galera se vio obligada a eyectarla hacia afuera. La princesa ascendió para contemplar desde el cielo a Mondrian, que la miraba desde el suelo con una mezcla de enojo y pesadumbre, mientras todos los habitantes del circo aplaudían. –¡Nos volveremos a cruzar Capitana Mordillo! –aseguró el villano, y con un giro de su bastón desapareció de escena. Guapapupe liberó a todos los animales, dejó ir a los trabajadores que Mondrian había tenido bajo amenaza, y luego de destruir las jaulas condujo a los liberados al bosque de Brocolí. Shep, el elefante la invitó a sentarse sobre su lomo. A medida que avanzaban los liberados pronunciaron con entusiasmo una nueva canción, que empezaba lenta, despacio, como un silencio que empieza a dar lugar al sonido. Hasta llegar al clímax en medio de bombos improvisados y la trompa del elefante como de trompeta de ceremonia.

[1]Guapapupe, Guapapupe, lo mejor que nos pasó. Guapapupe, Guapapupe, lo mejor que nos pasó. (Bom, borom, bom, bom) [2]Guapapupe, Guapapupe, lo mejor que nos pasó. Guapapupe, Guapapupe, nuestra vida cambió. ¡Guapapupe! ¡Guapapupe!


¡Todo el pueblo está con vos![3]


[4]¡Guapapupe, Guapapupe,

lo mejor que nos pasó!

¡Guapapupe, Guapapupe,

¡Qué bueno es estar con vos!


(Trompa de elefante

como trompeta de ceremonia)


¡Entra en su elefante gris

y saluda al pueblo!

¡El pueblo está agradecido

siempre con vos!


¡Siempre con vos!

¡Siempre con vos!


La gran princesa

al pueblo liberó,

y todos reunidos,

cantamos con emoción.


¡Guapapupe, Guapapupe,

lo mejor que nos pasó!

¡Guapapupe, Guapapupe,

lo mejor que nos pasó!



Y un niño de la multitud,

una flor le acercó,

mientras con su vocecilla

enamorado le cantó.


¡Guapapupe, Guapapupe,

lo mejor que nos pasó!

¡Guapapupe, Guapapupe,

lo mejor que nos pasó!


Y el elefante con su trompa

gris, como trompeta,

al pueblo incitó.


(Trompa de elefante como

trompeta de ceremonia).


¡Guapapupe, Guapapupe,

el sol brilla hoy por vos!

¡Guapapupe, Guapapupe,

todo cambia de color!


¡Guapapupe, Guapapupe,

el jardín ya floreció!

¡Guapapupe, Guapapupe,

tu vida nos transformó!


Todo el pueblo aclamó

a la princesa Guapapupe.

Y todo el pueblo,

aclamó a una voz.


¡Gracias Guapapupe!

¡Gracias Guapapupe!

[1] Primera estrofa, lenta, como un silencio que apenas deja pasar al sonido, como un susurro que empieza a oírse, anticipando lo mejor de lo mejor. Termina con unos bombos suaves, que se pueden improvisar con las rodillas, para dar lugar, ahora sí, a la segunda estrofa. La canción tiene algo de arabesca, como si la princesa de Arabia entrara al palacio real en lomos de elefante. [2] Segunda estrofa, un poco más rápida que la primera, se va intensificando el sonido. [3] Se mantiene en un “ahhh” pronunciado hasta la próxima estrofa. [4] Ahora sí, el ritmo aumenta a su plenitud, una mezcla de música arábiga con bombos de marcha y tamboriles de candombe. ¡Es la alegría por la llegada de la Princesa!

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