Guapapupe llevó a Shamwari al bosque prometido, detrás de la cabaña donde vivía con su familia. Cuando llegaron, el tigre quedó totalmente sorprendido.
–¿Son brócolis gigantes? –preguntó al ver los árboles y la luz del sol que penetraba entre sus ramas.
–Así es, bienvenido al bosque de Brocolí –dijo Guapapupe, al tiempo que sus pies se deleitaban en la hierba, tan mullida como un colchón–. Ya vas a conocer al resto, mientras tanto ponete cómodo.
–Es hermoso Pú ¡gracias! –respondió, pero enseguida se puso triste como si algo pesara en su corazón–. Mis amigos del circo siguen prisioneros, quisiera poder ayudarlos a ellos también.
–¡Podemos traerlos a todos acá! –sugirió la princesa.
–¡Es una locura! –se oyó entonces. El que había hablado era un búho marrón y gris, de cejas muy pobladas–. Traer más animales aquí es imposible. No dan las dimensiones del lugar y se volvería un sitio tan ruidoso que perdería su natural armonía.
–Pero Don Búho –se quejó la niña–, todos merecemos vivir en libertad como usted y yo. ¿Por qué se opone a eso? Seguramente encontremos un lugar entre tanta espesura –miró el bosque que parecía vacío.
–Hay animales que nacimos para ser libres y animales que …–no terminó de decirlo al ver los ojos de Shamwari, llenos de enojo.
–Tranquilo amigo mío –lo palmeó Guapapupe–, no vale la pena pelear. Don Búho –dijo resuelta al ave–, usted no es el rey del lugar, así que va a tener que superarlo y aprender a convivir.
–¡Pero soy el más sabio y tengo mis razones! –gritó en vano, mientras la princesa y el tigre se alejaban bosque adentro.
–El más sabelotodo querrá decir –gruñó Shamwari por lo bajo.
–Don Búho sabe mucho, pero se olvida que hay leyendas muy antiguas sobre la libertad. No puede negar que hubo caballeros que salvaron estas tierras de la esclavitud, mucho antes que él naciera. ¡Los niños siempre cantamos canciones sobre eso!
–Pues cantemos Pú, me encantaría cantar –pidió Shamwari y ella entonó una melodía medieval que atrajo el acompañamiento de los pájaros más chiquitos de Brocolí.
Un caballero ha dejado huella en las tierras de Huer Town, ha ido a rescatar a la princesa, del enorme, feo y fiero dragón. A su paso deja tonos violetas, nadie sabe por qué, cruza los bosques de Brocolí, en su ciboulette. Si se acuerda de su infancia, llora ajó-ajó pero por elegancia, esconde su infancia en un cajón… ¡de frutas! Un caballero ha dejado huella en las tierras de Huer Town, ha ido a rescatar a la princesa, del enorme, feo y fiero dragón. Si en las noches lo oyes rezar, reza a San Día para que un día pueda por fin, volver a su hogar. Ha llegado al castillo, huele a membrillo, más que a dragón, Y la doncella en su torre pide a su amado, su salvación. –¿Quién te tiene prisionera? – pregunta sin temor. –Sólo mis miedos, caballero, no hay ningún dragón. Un caballero ha dejado huella en las tierras de Huer Town, es Sir Uela, que más que espada escucha con buen corazón.
–Es una historia muy bonita –aseguró el tigre–, pero no habla de cómo la princesa logró superar sus miedos o ser libre de verdad.
–Exacto. Eso lo tiene que resolver cada uno de los que escucha o canta la canción –sonrió la princesa Guapapupe.
–Eres grande Pú –la alzó sobre su cabeza con una sonrisa.
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