Sumeria había llegado a su fin como territorio libre y sin embargo, uno de sus hombres vagaba sin problemas por las llanuras y las montañas. Su nombre era Atrahasis, el Inmortal. Vestía una larga túnica ceñida a la cintura y llevaba un manto sobre sus hombros, para las frías noches. Portaba una vara mágica a modo de bastón y para defensa propia. E iba acompañado de un Enano Guti de los montes Zagros.
-Tu antepasado fue un buen hombre -le dijo a su compañero de menor tamaño-. Juntos redescubrimos la cultura de Jarmo y su devoción por la maternidad.
-Lo sé, pero eso ha pasado hace mucho tiempo. Dicen que él era pacifista, pero aunque yo heredé su nombre, sigo siendo un guerrero.
-A cada cual lo suyo, siempre que sea para el bien, mi querido Tírigan. Por algo tu nombre se acentúa distinto al suyo.
El Guti asintió y siguió al esbelto sabio de cabellos blancos, tanto en su cabeza como en su barba corta y cuadrada. Estaban en Hassuna Samarra, donde las comunidades agrícolas se habían asentado, en la llanura, al pie de la montaña. En Choga y Tell, donde no llegaba el riego, los clanes familiares habían construido canales de pequeño alcance. Su cerámica era avanzada, pintada en fondos mate, marrones, rojizos y negros. Pero de todo aquello quedaba poco y nada, era el recuerdo de una civilización que ni siquiera tendría el honor de ser llamada así.
-Estamos vagando en ciudades abandonadas -dijo el Guti-. Algunos dicen que nos hemos vuelto locos por ello. Entiendo que tiene algún sentido profundo, comprender que todos fuimos, somos y seremos humanos.
Atrahasis prosiguió en silencio, y tras unas horas más llegaron a el Obeid. Era de otra época más reciente, la agricultura había avanzado con técnicas de riego superiores a las de Samarra. También el modelado y la confección de cerámica habían variado para mejor, según se viera, haciendo juegos de vajilla que no tenían nada que envidiarle a las posteriores.
-Mañana iremos a Uruk -dijo el Atrahasis.
-¿Has encontrado algo hoy? -preguntó el Enano.
-Sí, mucho -sonrió-. ¿Tú no?
Tírigan lo miró sin entender, temiendo que su compañero de viaje estuviera más chiflado de lo que la mayoría aseguraba. Buscaron refugio donde pasar la noche y antes que volviera a salir el sol, ya estaban de pie, listos para partir.