Noah había sido un sabio de la Mesopotamia, descendiente de los primeros hombres. Había sobrevivido al Diluvio al igual que Atrahasis y otros miles, que a futuro serían recordados como clanes reducidos. Se diría que toda la humanidad había acabado y vuelto a resurgir, y en gran parte era cierto, porque millones habían perecido en aquella catástrofe.
Durante cuarenta días y cuarenta noches, los sobrevivientes permanecieron en enormes barcas y al volver todo a la normalidad, Noah comenzó a labrar la tierra y plantó una viña, con la cual hizo vino y bebió hasta emborracharse de alegría, pensando en cuán favorable había sido su suerte. También de allí, sacó una vara nueva, que pronto le sirvió para realizar prodigios inimaginables. De aquella felicidad sólo le quedó un mal recuerdo: uno de sus tres hijos, Cam, se burló de él, tratándolo de "viejo borracho". Por eso Sem heredó la vara de Noah, y Jafet su túnica; mientras que a Cam le tocó un pequeño racimo de uvas.
Sem creció en sabiduría y se volvió antepasado de la orden de magos más importantes de Arreit. Después del diluvio tuvo a Arpaksad, que heredó su primogenitura, mientras que sus otros vástagos fueron fundadores de grandes pueblos, como Elam, que fue padre los primeros Elfos.
Arpaksad tuvo a Sala y éste a Eber, uno de los pocos que se negó a construir la Torre de Marduk, la cual trataba de endiosar al Titán sumerio. Esto hizo que su Lengua Madre no fuera confundida y pudiera perdurar en sus descendientes: Peleg y Joctán. El primero de los cuales vio partirse la tierra entre los descendientes de Noah, antes de tener a Teraj y a Reu -por quien fue abuelo de de Serug y bisabuelo de Najor.
Najor fundó una ciudad con su nombre, donde nació su hijo, Taré -que finalmente se mudó a Ur de los Caldeos. Aquella vieja vara heredada desde Noah, pasó a sus manos y a la de su nieto Ibrahim, el fundador de grandes pueblos, uno de los cuales fue el más grande de todos, Yisrael.