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Foto del escritorAlvaro Panzitta

Ibrahim


Atrahasis, el sumerio, era un mago inmortal de buen corazón, que había ayudado a muchos en la Mesopotamia. Había entablado amistad con Noah, otro sabio, y juntos habían aprendido a usar sus varas. El primero la había sacado de un olivo y el segundo de una vid plantada por él, luego del Diluvio. Ambos vivían en ciudades cercanas y se visitaban a menudo, hasta que el mortal partió a la Casa Eterna y el otro permaneció en Arreit.

El tiempo pasó, y el último descendiente de Noah permanecía en Ur de los Caldeos, su nombre era Ibrahim y la vara de su predecesor seguía junto a él. Sabía de Atrahasis y la amistad con su familia, pero no se visitaban tan seguido como hubieran querido. Por supuesto, el Inmortal había sido invitado al casamiento de éste con su esposa Sarai, pero luego se habían dejado de ver. Su padre, Taré, había tenido otros dos hijos: Nacor y Harán, e incluso Sarai había sido adoptada por él de algún modo. Harán había sido padre de Lot, otro de los grandes de Yisrael, y había muerto antes que la familia migrara a la Tierra de los Mercaderes -Canaán-. Cuando se asentaron en Jarán, Taré también murió.

Ibrahim había crecido en un lugar que parecía no recordar su historia. Muchos habían olvidado la Guerra de los Titanes y cómo éstos se habían querido adueñar del mundo, a costa de los Medianos. Tampoco parecían recordar a Elohim, el Creador, que le había puesto fin a la contienda, desterrando a los colosales opresores, que ahora eran evocados como deidades.

-Yo te busco a tí, Creador y Artesano del mundo -solía decir Ibrahim mirando el cielo estrellado.

En una de aquellas oportunidades, Ibrahím sintió mucha paz al pensar en dejar la tierra paterna e ir hacia Siquem, junto a los suyos. Allí tuvieron un tiempo de abundancia y otro de escasez de alimento, que los condujo hacia el sur por el desierto de Neguev. Llegaron hasta Kemet -el Egipto arreitano-, una tierra de Elfos, gobernados por su faraón, donde pidieron asilo temporal. Pero la hospitalidad se volvió incómoda cuando el Faraón deseó a Sarai, sin saber que estaba casada. Ibrahím temió que lo mataran para quedarse con ella y la hizo pasar por su hermana. Elohim no permitió que el Elfo se acercara a ella y envió contra el palacio una estrella, una roca ardiente de seis puntas, que no dañó a nadie, pero advirtĺó que algo no estaba bien. El Faraón se percató y obligó a Ibrahím a decir la verdad.

-¡Estás loco! -se enfureció al enterarse- ¡Has puesto al Cielo contra mí! Vete con tu gente y no regreses -ordenó.

Ibrahím, Sarai y los suyos obedecieron, y volvieron a Jaram con provisiones en abundancia, regalo del Faraón por temor a Elohím.

Al llegar, Ibrahím se encontró con un hombre de edad promedio -o eso aparentaba-, que lo esperaba con una ración de pan y otra de vino. Era Atrahasis, el sumerio, que por aquel entonces regía la ciudad de Ur Salem, mucho antes que Tírigan naciera.

-¡Querido amigo! ¿qué haces por acá y cómo me encontraste?

-Un Guardián me contó el lío en el que te habías metido con el Faraón -dijo en un tono que tenía algo de ternura paternal y otro tanto de exhortación.

Atrahasis ayudó a Ibrahim a instalarse de nuevo en Hai y éste le obsequió una décima parte de todo lo que le había regalado el Elfo, para ayudar a Ur Salem.

Los años pasaron como un suspiro. Los rebaños de Ibrahim y los de su sobrino Lot se multiplicaron. Y al haber tantas ovejas y cabras, los pastores de ambos se terminaron peleando. Ibrahim le propuso a Lot separarse y le dio la posibilidad de elegir en primer lugar. Él escogió la tierra fértil al este del Jordán, cerca de Sodoma y Gomorra; mientras que su tío se instaló en Mambré, cerca de Hebrón. Este acuerdo pacífico evitó cualquier discordia entre parientes, lo que a la larga sería una bendición.

En aquel entonces, los Elfos Elamitas estaban regidos por Codorlaomor, que quería conquistar toda la Mesopotamia y sus alrededores. Sometió a las ciudades de la llanura durante doce años y las obligó a pagar tributo, hasta que los rebeldes lograron ponerles cierto límite. El rey Elfo decidió cobrar su revancha y capturó a muchos enemigos, incluido el propio Lot. Cuando Ibrahím se enteró, reunió a sus hombres y fue tras los opresores, liberando a los cautivos cerca de Damasco. Al volver, Atrahasis lo esperaba una vez más, para desearle el bien y celebrar la victoria. Sodoma, una de las ciudades liberadas, quiso pagar un diezmo a Ur Salem, en señal de amistad, pero su rey no lo aceptó, porque allí tenían costumbres reprochables, y no querían mancharse con su dinero.

Era costumbre por esa época y en aquel lugar, que cuando una mujer era estéril su esposo tuviera relaciones con la sirvienta, para que ésta le diera un hijo. Sarai no podía quedar embarazada y más de una vez había pensado en aquella opción, adoptando como propio al vástago de su servidora.

-Mira las estrellas -le había dicho Atrahasis a Ibrahim-. Tú búscas a Elohím y él te dará descendencia, no hagas lo quñe no es favorable a Su Mirada.

Sarai insistió e Ibrahim accedió. Agar, la sirvienta, le dio un hijo. Pero con el tiempo, Sarai se puso celosa y obligó a la joven a huir al desierto. Allí vio una estrella caer, una roca de seis vértices. Pero cuando se acercó a ver no pudo, una voz la detuvo.

-Vuelve y ponte al servicio de Sarai, porque yo haré de tu hijo un gran pueblo.

Ella regresó y fue aceptada, llamando Yismael a su hijo. Ibrahím también vio una estrella caer, y al acercarse encontró una alianza, en la cual estaba engarzada una piedra azul de seis puntas, fragmento de una estrella mayor. Comprendió que esa Alianza era la promesa de Elohím de un hijo propio, de él y Sarai.

Un tiempo después, estando Ibrahim bajo un encinar, recibió la visita de un hombre vestido de blanco, su barba también era nívea y larga. Llevaba una vara en su diestra, coronada por una estrella azul, una roca de seis puntas, con una luz blanquecina y brillante. Era el líder de los tres Guardianes de Arreit. Ibrahim lo hizo pasar a su casa y lo atendió junto a Sarai.

-El año entrante tendrán un hijo -les dijo-, de tus entrañas.

Al partir, Ibrahim acompañó al Guardián y lo convenció de no destruir Sodoma, por si a caso un solo justo vivía en la ciudad.El visitante estaba acompañado de dos hombres alados, a imagen de los Ángeles que cuidaban a los hombres y mujeres de la Tierra, aunque los de Arreit no eran Celestes, sino humanos, y se los conocía como Comodines. Éstos fueron hasta Sodoma a comprobar si había justos y fueron recibidos en casa de Lot, a pasos de la ciudad del desamor. Al enterarse que dos jóvenes desconocidos estaban por la zona, los citadinos exigieron que se los entregaran para poder abusar de ellos. Ante aquel pedido, los alados hirieron de ceguera a los locales y dijeron a Lot que abandonara la zona junto a su familia sin mirar atrás. Éste obedeció y los Comodines acabaron con Sodoma. Al partir, la esposa de Lot no pudo contener su deseo de mirar atrás y se convirtió en una estatua de sal.

Ibrahim, por su parte, había tenido que permanecer en el extranjero, en Gerar, donde hizo un pacto de paz con el rey Abimelec, al tiempo que le nacía su hijo Yitzhak. Por aquel entonces estaba la costumbre que el primogénito era abandonado en las montañas, como ofrenda a Elohím. Cuando el niño aún no había llegado a la pre adolescencia, Ibrahím pensó que esto era lo correcto y llevó a su vástago a las cumbres, pero cuando iba a dejarlo fue visitado por un Comodín, que le dijo que eso no era agradable al Creador, por lo que ya nadie practicó en adelante ese rito.

Cuando llegó el tiempo de partir, Sarai fue enterrada en la Caverna de los Patriarcas, cerca de Hebrón. En un terreno que Ibrahím le había comprado a Efrón, el jeteo. Consciente de su vejez, el hombre viudo envió a su siervo Eliazar a buscar a la Mesopotamia una joven que pudiera casarse con Yitzhak, y éste encontró a una pariente lejana de nombre Rivqa.

Al terminar sus días, Ibrahim fue sepultado junto a su esposa, y Atrahasis estuvo presente en aquel momento, en aquel lugar.

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