Mucho antes del destierro de los Titanes, Elohim dejó a tres Guardianes para que guiaran a sus criaturas en Arreit, además de ordenar a los magos que hicieran el bien y protegieran a los más débiles, pues estaban en su segunda gran oportunidad. Ellos vieron un reflejo de la creación del mundo, una interpretación de la historia, nada que pudiera terminar de revelar la verdad. Ellos no serían el pueblo elegido , pero como en un espejo, verían algo semejante, para alcanzar lo cierto.
Hubo un hombre cuyo nombre no quedó grabado en la historia, que tuvo una visión espejada de aquello que no conocía. Un par de manos semejantes a las de cualquier humano, enviaban a un pájaro como de fuego, que aleteaba sobre la nada y daba vida a lo que tocaba. Las manos tenían un anillo en forma de estrella de seis puntas, como una alianza brillante de un Esposo Amoroso. El ave parecía mujer, tenía una belleza única y la capacidad de engendrar, era poseedora de la dulzura y la sabiduría. Y el Esposo decía "hágase" y todo se hacía. Su palabra era verbo, era hacer para siempre y en ese hacer, todo era creado. Esa palabra parecía tener firmeza, consistencia e incluso de alguna manera, tenía forma. Era palabra y era luminosa, por eso parecía un sol; era firme y esplendorosa; por eso parecía un león; era masculina y viril, por eso se asemejaba a un hijo de hombre. Todo era espejo, pero algún día se conocería cara a cara.
Fue por eso, que aquellos Guardianes tendrían cierta semejanza a lo que había en aquella visión. Ellos no eran la visión, sino servidores de la misma para una tierra que también parecía espejada. Todo sería revelado, pero aún no era el tiempo de conocer el Todo.