Thiago se había quedado mudo del asombro. Frente a él se elevaba la construcción más impresionante que sus ojos habían visto hasta el momento. No sabía si aquello era un colegio o un castillo, pero de algo estaba seguro: parecía propicio para la aventura.
–¿Soñando despierto? –le dijo otro chico de su edad tomándolo por sorpresa.
–¡Martín! –se alegró el primero–. Mirá esta fortaleza. ¡Es impresionante! ¿Qué creés que podamos encontrar dentro?
–¿Compañeros y profesores? –intentó bromear.
–Volviste más serio de las vacaciones…
–Mamá dice que parezco más grande –añadió encogiéndose de hombros.
Thiago entrecerró los ojos contemplando levemente a su amigo de la infancia y notó que la madre de éste tenía razón. Martín no sólo estaba unos centímetros más alto, sino que su rostro parecía más cuadrado y su semblante más seco.
–Tendríamos que apresurarnos para entrar –aseguró el recién llegado mirando la hora en su celular.
–Todavía faltan algunos minutos. Además, ¿te acordás cuando jugábamos a cazar dragones en la terraza de la primaria? ¡Mirá esta construcción Tincho! –volvió a observar extasiado su nueva escuela– ¡Parece mucho más mágica que la anterior!
Thiago había hablado en un volumen tan alto que otro grupo de chicos lo había oído, y ahora se burlaban de su comentario.
–¡¿Qué mirás enano?! –le gritó uno de los que se mofaban de él–. ¡¿Seguís creyendo en cuentos de hadas?! –rio mientras encendía un cigarrillo.
Thiago se angustió un poco por aquel trato, mientras Martín se sonrojaba de vergüenza porque en medio de los otros había una chica que lo había derretido a primera vista.
–Espero que no sean nuestros compañeros de grado –dijo el burlado.
–Ya no estamos en la primaria –se enojó Martín para sorpresa del otro–. Ya no vamos a ningún grado y no quiero que las chicas lindas no me miren porque “jugamos a cazar dragones” –concluyó, alejándose de él.
Thiago se quedó helado por aquella respuesta de su mejor amigo y viendo que era la hora de entrar siguió sus pasos. Pero ni en la formación de la bandera ni camino al aula Tincho volvió a dirigirse a él. Recién en el curso intercambiaron una leve mirada, y fue para decidir sentarse juntos como siempre. Al fondo estaban los que se habían burlado, incluyendo la chica rubia en la cual se había fijado Martín. Por lo demás, el aula no era tan grande y la cantidad de alumnos promediaba los veinticuatro.
–¿Le dijiste a la preceptora que no te gusta que nombren tu apellido? –le preguntó Martín volviéndole a hablar.
–¿A quién?
La respuesta entró por la puerta segundos después. Una joven de unos veinticinco años se presentó ante ellos como Lorena y empezó a pasar lista para horror de Thiago.
–¿Almeida Alejandro?
–Presente.
–¿Barcaza David? –siguió. Algunos se rieron por el apellido, hasta percatarse que Barcaza era el más alto de todos.
–Perdone ¿Nos va a nombrar a todos? ––interrumpió Thiago nervioso y las risas volvieron a alzarse.
–¿No sabés cómo funciona el secundario, enano? –dijo con desprecio el mismo de antes.
–Es que no quiero que me nombre…–sonaba preocupado.
–Chicos…–dijo Lorena mirando a todo el curso–. Vamos a entendernos de buenas a primeras ¿sí? Acá el que se burla del otro es sancionado y si molesta mucho encontramos la manera de que no moleste más –su cara intimidatoria pasó de una joven bonita a una adulta enojada–. Por lo demás, tengo que pasar lista cada mañana, así que lo siento –miró a Thiago–, pero te tengo que nombrar.
Ambos amigos escucharon el pasar de los nombres y se enteraron que la chica rubia se llamaba Aldana Díaz y el que se burlaba de los demás era Rodrigo Fernández.
–¿Juannette, Santiago? –preguntó Lorena finalmente, y ante la tímida mano que Thiago elevaba, gran parte del curso estalló en grotescas risotadas.
–Presente –respondió frunciendo los labios–. Me dicen Thiago, de hecho, mi nombre rolero es Thiago Jones.
Martín lo miró aterrado. No había llegado a atajarlo antes que se hundiera aún más. Ambos jugaban role playing, pero jamás hubiera revelado aquello ante un público tan agresivo como el que tenían detrás de sí.
–¡Basta! –gritó Lorena para calmar a los que se burlaban–. Fernández voy a tener que pedirle que me acompañe a la dirección para que entienda cómo son las cosas en este establecimiento.
–“¿Cómo son las cosas?” –se burló el joven de cabellera rubia–. Los sábados mi viejo juega al tenis con el director y después cenan en casa. Así son las cosas.
El silencio inundó el aula y Lorena tragó saliva temerosa de que aquello fuera a costarle más a ella que al alumno.
–López, Verónica…–siguió pasando lista, mientras Thiago bajaba la cabeza, apesadumbrado. Segundos después el primer profesor entró al aula mientras la preceptora seguía con lo suyo. Era un hombre fornido, pero entrado en años, que por lo que se veía en los libros que llevaba enseñaba historia. Su tez era blanca y su poco cabello imitaba a la nieve a la perfección. Sus ojos claros combinaban con el azul de su saco y de su pantalón.
–Villareal, Martín.
–Presente –dijo el amigo de Thiago, al tiempo que Rodrigo Fernández volvía a reírse.
–¿Te pasa algo? –preguntó Tincho furioso poniéndose de pie y mirando de mal modo al rubio.
–Señor Villareal…–tronó la voz del profesor Stur, como se llamaba–. Cálmese y tome asiento…
–Quiero saber de qué se reía Fernández –dijo irritado sin mirar ni obedecer al docente.
–Me hizo gracia tu apellido –siguió burlándose el hijo del amigo del director y poniéndose de pie agregó–: se me ocurrieron algunos chistes, pero pasado el rato ya no valen ni la pena decirlos.
–Bueno, bueno –dijo el docente–. ¿Terminaste querida? –le preguntó a Lorena para pasar el momento.
–Sí, profesor –respondió la preceptora y salió del aula.
–Saquen las carpetas –ordenó, y la clase comenzó.
Al concluir la hora de Historia, Thiago estaba contento con la materia que tanto le gustaba, pero malhumorado por todo lo que había sucedido. Hizo un esfuerzo para olvidarse de todo y así poder disfrutar del recreo junto a su amigo de toda la vida. Eligieron dos bancos bien alejados en el patio de atrás para no ser molestados por ninguno de sus nuevos compañeros, pero pronto tuvieron la visita de David Barcaza, quien medía varios centímetros más que ellos, tanto en alto como en ancho.
–Me gustó tu apodo de role player –rompió el hielo para alegría de Santiago Juannette.
–¡Gracias! –respondió incorporándose sobre su asiento–. Podés llamarme así, si querés.
–Desde luego –afirmó el grandulón haciendo un gesto con la mano, que los otros dos supusieron que significaba algo bueno–. Yo nunca encontré como combinar mi verdadero nombre con un buen apodo.
–Si querés te ayudo –se ofreció TJ para sorpresa de Martín.
–Dale, y están más que invitados a rolear los viernes en casa –dijo, volviendo a hacer el gesto con la mano, para luego alejarse.
–¿Nos vamos a convertir en frikis? – preguntó entre risas Tincho–. No sabía que te gustaba tanto “rolear” –bromeó.
–Me gusta tener amigos –concluyó al tiempo que sonaba el timbre para avisar el final del recreo.
Los días se sucedieron rápidamente entre materias y recreos cortos, teniendo algún que otro cruce con Rodrigo y sus amigos, pero nada que fuera a generar una pelea contundente. Después de todo, los agredidos eran bastante pacíficos, Thiago más que Martín. Aquel primer viernes del año lectivo, los grupos ya estaban bien conformados en el aula y eran pocas las posibilidades de que fueran a cambiar.
–¿Sabés que me sorprende? –le preguntó Tincho al medio día–. Que en todos lados los grupos son iguales. Están los del fondo, los nerds, los frikis…
–En serio que parecés más grande al hablar –rio Thiago al tiempo que devoraba su sándwich de milanesa.
–Pero es la posta. Fijate que la tutora nos dijo que hay que romper la idea de estereotipos porque es prejuzgar y que sé yo que cosa más… Pero los que se sientan en el fondo siguen siendo los quilomberos, los que estamos adelante prestamos más atención, y así cada cual con lo suyo.
–Creo que vos solo escuchaste todo lo que dijo la tutora. Y no es que no me interese, pero nos habla como si fuéramos adultos. La mayoría nos aburrimos al oírla hablar así.
–Como sea. No quiero ser friki, pero creo que esta noche voy a ir a lo de David, me cae bien.
–Buenísimo, vayamos juntos –se alegró Thiago.
–Hecho.
El atardecer encontró a ambos amigos regresando a sus respectivas casas. Ambas quedaban en el barrio de Saavedra, cerca de la primaria a la que habían ido. Un “hasta luego” y un choque de manos fue la despedida con ansias de reencontrarse más tarde a rolear. Cuando TJ llegó a su hogar tuvo la extraña sensación de que alguien lo observaba desde el parque de enfrente. No era la primera vez, pero hacía mucho que no le sucedía. Entró y saludó al pasar a sus papás, para volver a mirar enfrente desde la ventana.
–Llamó el abuelo Juan –le dijo Viviana a su hijo mientras le servía la merienda.
–Nos dijo que tenía ganas de verte, así que pensamos que podías ir esta misma noche para Areco –añadió su papá, de nombre Patricio, al tiempo que iba amasando una pizza para cenar.
–¡¿Viajar a San Antonio de Areco esta misma noche?!
–Si…–dijo el papá extrañado, porque sabía que su hijo se llevaba bien con el abuelo, pese a ciertas diferencias.
–Creímos que te iba a gustar la idea –sonrió la madre mientras le agregaba chocolate en polvo a la leche–. ¿No era que te gustaba el campo y los caballos?
–Sí, pero el abuelo Juan es algo aburrido –se ruborizó–. Yo quería pedirles permiso para ir a lo de un compañero. Tincho va a ir también. Los labios fruncidos de Patricio dieron a entender todo mientras cruzaba una mirada con Viviana.
–Ya te compramos el pasaje… de seguro habrá más días en los que puedas ver a tus amigos.
–El abuelo no tiene señal de wifi ni computadora –respondió él–. Se la pasa tomando mate y escuchando folklore todo el día…
–A mí tampoco me gustaba el mate cuando tenía tu edad –rio el padre–, pero eso no me quitaba las ganas de ver el campo.
–Son sólo un par de días –le sonrió su mamá–. Dale una oportunidad al abuelo que está grande y vive solo… cuando está en su departamento de Balvanera tampoco lo visitás.
Thiago Jones bajó la cabeza algo molesto, y tras fruncir los labios como su padre, terminó por asentir. Se tomó la leche chocolatada de un sorbo y se encerró en la habitación. Mensajeó a Tincho deseándole suerte con su primera salida con amigos nuevos y preparó la valija sintiéndose un niño de pecho. El enojo no se le pasó con la pizza paterna, ni con el cómic que le compraron para que leyera en el viaje. Se durmió junto a la ventanilla y recién a las cuatro de la mañana que se despertó sobresaltado. Todo seguía igual en el micro que iba rumbo a Areco, sin embargo, en sus manos había aparecido un papel con lo que le pareció la letra de su abuelo:
“No te hace falta tirar los dados para vivir una aventura T.J.”
Abuelo Juan.
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