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Foto del escritorAlvaro Panzitta

El secreto del Laberinto


Como todos los viernes, Dominguito bajó las escaleras de la Petro saltando de dos en dos los escalones. Quería volver cuanto antes a su casa, para evitar a los matones que lo acosaban desde primer grado. Pero cuando llegó a la esquina algo lo detuvo.

Una nena deshojaba las flores rosas que caían del árbol, mientras su abuelo se ataba los cordones de uno de sus zapatos rojos. Ella tenía un vestido verde con un cinturón amarillo, tan dorado como su cabello o como el anillo de su abuelo, que simulaba un dragón. Sus ojos eran del color del cielo. Hasta entonces nunca los había visto, y ella le parecía la más linda de todo Parque Chas.


–Hola –la saludó sin pensar, y el nono refunfuñó molesto, entreviendo la situación–. Me llamo Domingo Pandeleche, pero me dicen Pancito. ¿Sos nueva en el colegio? Nunca te había cruzado.

–Hola Pancito –sonrió ella–. Yo soy Florencia. Hasta hace poco iba a una escuela de Belgrano, pero siempre viví en frente del club El Trébol. Me podés llamar Flor.

–Flor del Trébol…–se sonrojó al decirlo y ella se rio.

Pero el lindo momento se cortó de pronto, cuando una sombra apareció sobre Dominguito. Eran Drago, Musgo y Rolo, los patoteros de cuarto grado.

–¿Ibas a algún lado enano? –preguntó el líder de la pandilla, flaco, de ojos celestes y pelo cortado a la moda–. ¿No ves que molestás a la chica? –quiso agarrarlo del hombro, pero Pancito se soltó, y al ver los puños cerrados de los otros se echó a correr a toda velocidad.


Drago dudó un instante, cosa que nunca le pasaba. Sabía que perseguir a alguien más indefenso no lo iba a dejar bien parado delante de la chica nueva. Eso le dio a Dominguito la ventaja de media cuadra, antes de que sus enemigos se decidieran a correrlo.


–¡Vamos! –dijo finalmente el líder, queriendo que sus segundones no lo tomaran por enamoradizo, y se lanzó a la carrera, manteniendo la delantera de los suyos.


Rolo lo seguía a pocos pasos de distancia, pero su baja estatura era una desventaja. Todo se le hacía más largo, y su problema respiratorio lo obligaba a detenerse una y otra vez.

Musgo estaba algo sobrepasado de peso y tenía piernas cortas, lo que lo posicionaba en tercer lugar, salvo cuando Rolo necesitaba frenar y lo dejaba segundo.


Pancito cruzó Gándara a gran velocidad, viendo como su encarnado enemigo le pisaba los talones. Dobló en el pasaje sin nombre, donde vivía, y para su sorpresa vio que su abuelo estaba en la puerta. “¿Y si Drago lo lastima a él también?” pensó, e hizo tripas corazón para aumentar la aceleración hasta sentir que el pecho se le prendía fuego.


–¡Volvé hijo! –le dijo su abuelo al verlo pasar delante de la casa–. ¡Dejame ayudarte! –sacudió el bastón al aire, justo cuando el matón pasaba por la vereda de enfrente.


Musgo se tardó unos segundos más en aparecer, pero no se percató de que estaba pisando las baldosas contiguas a las del anciano, que aprovechó a bajar su báculo haciéndolo tropezar y salir rodando.


–Justicia es justicia –dijo el hombre entrando en su hogar.


Domingo Pandeleche dobló por Bucarelli y cuando estaba por llegar a Liverpool, fue alcanzado por su compañero de clase, que lo tomó del brazo para darle un golpe en la cara. Pancito sabía que no podía con él, pero atinó a atajar el impacto levantando una mano, como si parara a un colectivo, entonces sucedió lo impensado. Se oyó una explosión y un micro escolar salió de la nada, como si se hubiera teletransportado al lugar. Su chofer era fortachón y portaba una boina celeste que rezaba su nombre “Juan Carlos”.


–¡Vamos Dominguito! –le dijo.

El niño aceptó y aprovechó el desconcierto de su rival para soltarse y subir. El bus, que no tenía otros pasajeros, avanzó hasta Pampa y dobló en la primera para volver al barrio.


–¿Nos conocemos? –se animó a preguntar finalmente Pancito, justo cuando estaban llegando a Bauness y Bauness.


El chofer hizo una maniobra brusca, y en vez de avanzar hacia la plaza Éxodo Jujeño, se dio de lleno contra la pared… la cual se desvaneció y dio lugar a un mundo paralelo, completamente parecido y distinto a Parque Chas.


–¡Bienvenido a Arghad! –se alegró Juan Carlos.


Domingo Pandeleche contempló el sitio con los ojos abiertos de par en par, mudo del asombro. Era un pueblo idéntico a su barrio, pero con casas medievales. En tanto el micro parecía ser el único vehículo del tiempo presente.


–Te dejo en tu otra casa –sonrió el micrero llevándolo al pasaje, que para su sorpresa tenía un nombre muy particular.

–¡Pasaje Pandeleche! ¡No lo puedo creer! –dijo, y cuando se espabiló, se dio cuenta que estaba en la puerta de su hogar medieval, y el micro había desaparecido.


El pórtico de madera y aros de hierro se abrió. Y su abuelo salió a recibirlo. No había dudas de que era él y no un doble, porque llevaba la misma ropa que un rato antes había vestido.


–Te dije que podía ayudarte –sonrió–. Es hora de que conozcas los secretos del barrio, de tu familia y del Multiverso –lo invitó a pasar al comedor, donde tenía preparado un mate, pan casero y lo que a simple vista parecía una varita mágica–. Arghad es el reino paralelo a Parque Chas, en Arreit, la tierra de los magos. Es el más pequeño de todos y a la vez el que puede unirlos a todos, pero esa es otra historia. Tus tatarabuelos Pandeleche son originarios del mundo mágico. Pero lo que más me importa es que llegó el momento de que decidas si querés servir a una causa mayor o no –tomó la pequeña vara de madera e hizo aparecer en el aire hologramas que acompañaban sus palabras–. Cuando yo tenía tu edad era un héroe de la Tierra: Tornado Azul, pero el tiempo pasó y tuve que jubilarme, no sólo de mis tareas cotidianas sino de estas.


Pancito seguía asombrado. Frente a él estaba la proyección de un súper del que nunca había oído hablar. Su traje era azul, excepto por la capa y el remolino blanco. Este último se dibujaba en el pecho y simbolizaba el laberinto barrial.


–En realidad fue tu abuela la que me dio el nombre –recordó el anciano–. Suelen ser los otros los que nos bautizan. Ella era periodista y me conoció durante una misión en la que le salvé la vida. Desde entonces fuimos inseparables, hasta que partió a Tierras Mejores.

–¿Papá también es un súper?

–No, el no aceptó el manto. Prefirió ser héroe de otra forma, con su paternidad –le guiñó un ojo amistosamente.

–¿Qué tengo que hacer para ser un súper?

–Ven y verás –respondió su abuelo llevándolo a la terraza donde en vez de estar la casa común de los Pandeleche, había una sala de entrenamiento para héroes con poderes mágicos.


Pancito y Carmelo –como se llamaba el anciano– practicaron todo el fin de semana para asegurarse que el lunes el nieto estuviera listo para entrar en acción. La sala de entrenamiento comunicaba directamente con la habitación del niño en Parque Chas, por lo que no era necesario usar el portal de Bauness y Bauness salvo alguna emergencia. El domingo a última hora viajaron a Once, donde los magos compraban sus ornamentos en un lugar totalmente secreto. Y el abuelo aprovechó para contarle un poco más sobre la Tierra y su contraparte, Arreit.


–En realidad –le dijo–, el reino paralelo a Buenos Aires es Seriaba, donde hay un grupo de magos de la Orden de Aryeh. Uno de ellos, de nombre Juan, es el encargado de proteger la capital federal y alrededores junto a sus pupilos: Thiago Jones y Brandon Lagash. Arghad es un reino independiente dentro de Seriaba y nosotros somos sus guardianes, pero de este lado no somos tan requeridos, por eso sólo cuidamos nuestro barrio, al menos que las circunstancias nos lleven más lejos.

–¿Entonces Juan es el Mago de la Liga Mayor? ¿Y uno de sus asistentes es el Joven Mago? –preguntó curioso, interesado en las crónicas del Multiverso que iba descubriendo de a poco.

–Sí, pero esa es otra historia. Llegamos –anunció frente al edificio Concepción de la calle Perón, que a los ojos del joven parecía un palacio, pero era una vivienda colectiva al estilo del renacimiento español.


Mientras subían a la segunda cúpula, donde se escondía el local para magos, Pancito tuvo más preguntas en su mente. “¿Quién era Juan Carlos y cómo había hecho aparecer el micro?”; “¿qué iba a pasar con Drago, que lo había visto aparecer de la nada”. Pero todas sus dudas quedaron en el olvido al entrar en aquel lugar maravilloso, lleno de objetos que evidentemente eran del mundo mágico. A decir verdad, era lo único atractivo que tenía el sitio, dado que la mujer que atendía emanaba malhumor por los poros de la piel.


–Al fin traés a un discípulo –comentó con voz chillona–. De todas formas, Arghad no me importa en absoluto –rio.


Carmelo y Dominguito se miraron sin importarle demasiado lo que la mujer les dijera. Eligieron un traje similar al que el abuelo había tenido y una birome que podía volverse varita y espada.


–Mañana empieza una nueva etapa –sonrió el abuelo cuando estuvieron de regreso en Parque Chas, cenando con el papá y la mamá del niño.


Ese lunes, Dominguito Pandeleche madrugó. Se levantó lo más temprano que pudo. Se preparó el desayuno, agarró las cosas para el colegio y tuvo especial cuidado en guardar su birome en el cinturón. Corrió por el pasaje sin nombre hacia Andonaegui, cruzó Gándara y en la esquina del árbol de flores rosas volvió a ver la niña de cabellos de oro.


–Flor del Trébol –le dijo con una sonrisa.

–Pancito…–respondió ella con sonrojo.

–¿Hoy no viniste con tu abuelo? –quiso relajar la conversación.

–No… estuvo enfermo todo el fin de semana, encerrado en su casa –hizo una mueca de tristeza–, cada tanto le pasa.


El timbre sonó indicando a que tenían que entrar al colegio. A lo lejos, Drago y sus matones miraban a Pandeleche con ganas de generar una nueva pelea. “¿Qué pensará del micro que vio aparecer?” volvió a preguntarse el nuevo mago que aún no ostentaba nombre de héroe. Pero la respuesta no llegó en ese momento. Tuvieron clase de lengua, donde vieron cómo escribir noticias, y más de uno fantaseó hacer un periódico escolar, en especial Flor del Trébol. Luego tuvieron matemáticas, donde la fantasía se esfumaba para dar lugar a lo exacto. Y por fin llegó el primer recreo. Pancito se acomodó en el pino de la esquina del patio, aquel que la maestra había llamado “otro tipo de conífera” pero él no recordaba cuál era. Sus rivales estaban en la esquina opuesta, pero en vez de ir a molestarlo, volvieron a entrar al patio cerrado. No pasó mucho tiempo hasta que las ramas del árbol se abalanzaron sobre Pancito y lo golpearon con fuerza arrojándolo cerca del arco de fútbol. Todos los nenes y maestros observaron la escena espantados, pero ninguno se animó a acercarse, porque por encima del pino volaba un mago vestido de rojo. Llevaba un antifaz y el símbolo de su pecho era un dragón dorado que Pancito había visto en otro momento, pero no recordaba dónde ni cuándo. Mientras que su cabello parecía prendido fuego.


–¡Parque Chas es mío! –gritó mientras levantaba su varita y su capa ondeaba al viento. Movió sus manos y las ramas del pino se agitaron arrojando piñas a todos los que estaban en el patio.


Todos corrieron a refugiarse dentro de la escuela, menos Pancito que seguía dolorido en un rincón del playón, esperando a que no quedara nadie afuera. Entonces pronunció las palabras mágicas y su guardapolvo nuevo le quedó de capa, dejando ver su traje azul con el símbolo del laberinto en su torso.


–¡Parque Chas es de los vecinos! –gritó furioso y se dirigió a toda velocidad hacia donde estaba su enemigo.


Sus puños chocaron y luego sus biromes convertidas en espadas. No había lugar a dudas que los ojos verdes del héroe y los celestes del villano se miraban con una bronca que venía de mucho tiempo atrás.


–No hace falta que usés máscara conmigo Drago –dijo Pancito mientras le asestaba un golpe en la nariz–. Sos el único imbécil que desaparece por una puerta y aparece detrás de su enemigo. ¿O no aprendiste a sumar dos más dos?


Su rival se enfureció por aquellas palabras y atacó con más fuerza a su oponente. Movió las ramas del árbol nuevamente para que lo golpearan. Y lo hizo volar hasta el otro patio, que daba sobre Constantinopla. Fue entonces que Pancito lo vio… parado contra la reja de su escuela, el abuelo de Florencia lo miraba con odio. Su anillo dorado seguía portando el dibujo de un dragón y sus zapatos seguían tan rojos como el traje de su enemigo.


–¡Acabalo! –gritó el anciano a su pupilo, como si fuera un mal director técnico dando una orden a su mejor jugador.


Drago se dirigió con todas sus fuerzas hacia Domingo Pandeleche. Tocó el emblema de su pecho y al girarlo salió el espectro de un dragón que escupía fuego. Pancito lo imitó, y al rotar su emblema en forma de laberinto formó un tornado que sopló tan fuerte que apagó el incendio enemigo y arrojó al villano hacia el otro patio. El mago azul voló hacia donde estaba su enemigo y vio que este se encontraba desmayado dentro del arco de fútbol, sin su uniforme. “Gol” pensó con ironía y se quitó el traje para volver arrojarse él también al piso, haciendo de cuenta que nunca se había levantado. “¿Qué pasó? ¿Quiénes eran? ¿Cuándo apareció el azulado? ¿Dónde terminó la pelea? ¿Por qué pelearon en el colegio? ¿Cómo apareció Drago lastimado también?” fueron las preguntas que Flor le hizo a Pancito rato después.


–Ahora más que nunca voy a hacer un periódico escolar –sonrió ella, antes que todos los niños fueran llevados a sus casas por sus padres.

–Hacía décadas que no veíamos nada igual, pareciera que Tornado Azul volvió con todo ¡y rejuvenecido! –decían los más viejos del barrio, pero por más de que los ancianos le dieran un primer nombre, sólo Flor del Trébol terminaría de bautizarlo en la primera edición de Petronila es Noticia.

–“Súper Chasito salva la escuela” –leyó en voz alta Pancito al sábado siguiente, mientras mateaba con su abuelo–. “El heredero de Tornado Azul peleó valientemente contra el Dragón Dorado (…) hubo dos alumnos heridos: Domingo Pandeleche, que fue golpeado por el árbol encantado y Drago Montero, que al parecer quiso salvar al primero y terminó golpeado también…”. No lo puedo creer...–dijo indignado el chico mientras se agarraba la cabeza–. Ahora resulta que mi enemigo me salvó la vida. ¡Y Flor cree que es así!

–Vas a tener que acostumbrarte a los enredos –sonrió su abuelo–. Es parte de la trama que nos toca vivir a los héroes, pero va a llegar el día que Flor u otra mujer te haga feliz más allá de la magia. Y todo se resuelva con el verdadero poder: el amor.

–¿Qué hay del abuelo de ella?

–Es el Dragón Rojo original, sólo que su discípulo fue bautizado como “Dorado”. Fuimos archienemigos en otros tiempos, y como verás, se me escapó. No es un mago original, por eso su nieta no tiene poderes. A diferencia tuya que heredaste mi Gen M. Su anillo es su fuente de poder. Y es probable que haya conseguido otro para su aprendiz.

–O sea que llegó a la escuela para ¿vigilarme?

–Es posible. También es probable que haya interceptado a Drago porque se dio cuenta que eran enemigos. Y si éste vio la llegada del Autobús Mágico, pudo haber sido un punto más a favor de su alianza.

–El hombre dijo haber estado enfermo todo el fin de semana, pero seguro estuvo entrenando a Drago. Espero que Flor no se enoje demasiado cuando lo detenga definitivamente.

–Tiempo al tiempo hijo, esto es sólo el principio…


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